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Historia de los Collares de la Memoria
¿Conoces la historia detrás de estas que son de las piezas más tradicionales de la joyería portuguesa?

También conocidos como relicarios, los collares de memoria son un tipo de joya compuesta por un pequeño compartimento, más o menos escondido, donde se guarda la reliquia.
Al escuchar este término, reliquia, tendemos a hacer una conexión religiosa: un trozo de hueso de algún santo, una espina de la corona usada en la crucifixión de Cristo, etc. Pero una reliquia puede ser lo que queramos, un objeto donde depositamos nuestra devoción, nuestro cariño y amor, una preciosidad, en fin, un tesoro.
Estos collares tienen una larga historia.
Esta invención no es nueva. Tenemos conocimiento de piezas con estas características que datan de hace varios miles de años. Pero las que finalmente se han arraigado en nuestra imaginación nos fueron legadas por la época victoriana (siglo XIX), especialmente los medallones. El compartimento oculto permitía al portador de la joya colocar algo que le recordara al ser querido, como por ejemplo un mechón de cabello o un retrato de la persona amada. De esta forma, su poseedor simplemente podía colgarlo en una cadena y llevarlo siempre cerca del pecho, junto al corazón.
Estas nociones de recuerdo se popularizaron mucho entre los afligidos, pero también entre los enamorados. Eran comunes los intercambios de medallones con imágenes, grabadas o pintadas, del rostro de la persona amada, especialmente en períodos de guerra: el joven soldado a punto de partir hacia el frente de batalla le ofrecía a su amada un medallón para que ella no lo olvidara, a menudo con promesas de matrimonio a su regreso. A cambio, ella también le daría una imagen suya o un pañuelo bordado y perfumado, con la promesa de que él lo traería de vuelta. Casi como si se tratara de amuletos de buena suerte.
Los collares de memoria en la contemporaneidad
Esta historia romantizada hace que en nuestra memoria surjan otras que, probablemente, ya habremos escuchado de boca de nuestros padres y abuelos, especialmente para aquellos que vivieron la guerra. La gran diferencia es que, en lugar de retratos pintados, las historias que nos contaban hablaban de fotografías.

En el siglo XX, los retratos fueron reemplazados por fotografías.
La difusión y evolución de esta nueva técnica permitió que incluso las personas más humildes pudieran adquirir un recuerdo de sus seres queridos sin tener que recurrir a un grabador o un pintor, que seguramente cobrarían más que el fotógrafo local.
Pero estos ejemplos de memorias no se agotan con las imágenes de la viuda o del soldado. Recordemos también a las madres que traían, al igual que algunas aún hoy lo hacen, los retratos de sus hijos colgados al cuello o los caballeros con los retratos de su primer amor, pero en este caso colgados en cadenas de reloj. Y la satisfacción de saber que ese recuerdo era solo suyo, pues estaba protegido dentro del medallón, lejos de las miradas del público, como una reliquia.
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